Tres mujeres corrían, ninguna eras tu aunque eras todas* Invisible pelusa tras los dedos amarillos. Despeinas y el delirio se apodera de este barco endemoniado. Media luna en el techo clave de sol en el cuello. Cejas dibujadas a lapiz. Un retazo de mi entre sus dientee... Karen era su nombre. Yo, reincidente de sus ojos. Hurgaba en cada gesto suyo como si fuera un cíclope ciego. Jugaba a atrapar tu sombra que se deshacía apenas quería tocarla... No pude dejar de explorarte. Anhelaba tu rostro como a una playa perfecta. Me encandiló tu luz intermitente y dolorosa que parte mi raíz en un antes y después de ti... Dos estrellas semejantes me vieron amanecer borracho un día de Fiesta escupiendo flores debajo de su puerta.
Cuando el espíritu juega a ser materia entonces se convierte en gato. Darío Jaramillo Agudelo Le gustaba revolotear por toda la casa, saltando entre las cajas, desplegando sus delgadas piernas morenas como si fueran (escaleras) en el aire. Le gustaba meterse por entre la sábana de lana y hundir el hocico en las vellosidades de la manta. Chupaba esas hebras hasta empapar la frazada de una baba aceituda que después se me pegaba a la piel. Ahora que no está, que parece habérsela tragado el techo, acuden a mí, todas las imágenes intermitentes de su presencia. La veo en el umbral de la puerta con su cara tiznada y triangular reclamando con sus dos vidrios azules algo tan profundo, que yo no entiendo. La vea también sobándose en mis piernas pretenciosamente, como si estuviera marcándome, como su terreno. Ahora pasa rauda de un extremo a otro de esta casa, asechada por mi calzado amenazante, tras sentirme ofendido por un animal que inocentemente disipaba su hambre.