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NADA ES IMPORTANTE - [É. M. Ciorán]

¿Qué importancia tiene que yo me atormente, que sufra o que piense? Mi presencia en el mundo no hará más que perturbar, muy a mi pesar, algunas existencias tranquilas y turbar –más aún a mi pesar– la dulce inconsciencia de algunas otras. A pesar de que siento que mi propia tragedia es la más grave de la historia –más grave aún que la caída de imperios o cualquier derrumbamiento en el fondo de una mina–, poseo el sentimiento implícito de mi nimiedad y de mi insignificancia. Estoy persuadido de no ser nada en el universo y sin embargo siento que mi existencia es la única real. Más aún: si debiera escoger entre la existencia del mundo y la mía propia, eliminaría sin dudarlo la primera con todas sus luces y sus leyes para planear totalmente solo en la nada. A pesar de que la vida me resulta un suplicio, no puedo renunciar a ella, dado que no creo en lo absoluto de los valores por los que debería sacrificarme. Si he de ser sincero, debo decir que no sé por qué vivo, ni por qué no dejo de vivir. La clave se halla, probablemente, en la irracionalidad de la vida, la cual hace que perdure sin razón. ¿Y si sólo hubiera razones absurdas de vivir? El mundo no merece que alguien se sacrifique por una idea o una creencia. ¿Somos nosotros más felices hoy porque otros se sacrificaron por nuestro bien? Pero, ¿qué bien? Si alguien realmente se ha sacrificado para que yo sea hoy más feliz, soy en realidad aún más desgraciado que él, pues no deseo construir mi existencia sobre un cementerio.

Hay momentos en los que me siento responsable de toda la miseria de la historia, en los que no comprendo por qué algunas personas han derramado su sangre por nosotros. La ironía suprema sería darse cuenta de que ellos fueron más felices que nosotros lo somos hoy. ¡Maldita se la historia!

Nada debería interesarme ya; hasta el problema de la muerte debería parecerme ridículo; ¿el sufrimiento? –estéril y limitado; ¿el entusiasmo? –impuro; ¿la vida? –racional; ¿la dialéctica de la vida? –lógica y no demoníaca; ¿la desesperación? –menor y parcial; ¿la eternidad? –una palabra vacía; ¿la experiencia de la nada? –una ilusión; ¿la fatalidad? –una broma... Si lo pensamos seriamente, ¿para qué sirve todo ello en realidad? ¿Para qué interrogarse, para qué intentar aclarar o aceptar sombras? ¿No valdría más que yo enterrase mis lágrimas en la arena a la orilla del mar, en una soledad absoluta? El problema es que nunca he llorado, pues mis lágrimas se han transformado en pensamientos tan amargos como ellas.


CIORÁN, Émil Michel. En las cimas de la desesperación, Madrid: Tusquets Editores, 1996. pp. 63-64.

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