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¿Es la verdad un objeto natural?

Hablar de la verdad es hablar de poder (Foucault). Para tratar un tema tan espinoso que ha derramado tanta tinta, (y no sólo tinta, recuérdese las cruzadas, la inquisición, las guerras actuales de Oriente, etc.), en manos de no pocos pensadores, filósofos, científicos, teólogos y quizá hasta astrólogos, es menester que se haga una advertencia para no salir decepcionados por el intento fallido de abarcar la totalidad, y es que, independientemente de la posición que se ocupe se encontrará que la contraria o divergente quedará desvalida, pero no por ello inválida del debate, además, resaltando también que es imposible tratar de cobijar todas las posiciones que hay y las que vendrán; pues no tenemos (aún) la bolita de cristal que nos anticipe los sucesos del futuro y nos recuerde con asombrosa nitidez los del pasado; no tendríamos la posibilidad de realizar completamente nuestro cometido, y podemos encontrar aquí, otra laguna existencial, o para explicarlo mejor, más aún, cuando ni siquiera sabemos qué somos en el presente, o como más o menos podríamos parafrasear al maestro olvidado Jean Paul Sartre, “ Somos sujetos arrojados en el mundo, tirados hacia el futuro sin recuerdos del pasado y con la total ausencia de significado en el presente, es decir con el sentimiento de la nada a flor de piel.”[1]

Para ya ir entrando en el debate que nos importa, valdría la pena hacer otra aclaración para que no nos haga retrocedernos ni excedernos después, y es que tratar de explicar esta temática en tan cortas páginas es un reto bastante difícil, pero también muy interesante, por lo tanto, creería que al momento de juzgarse este pequeño texto, se juzgue desde la sustancialidad, es decir, desde la precisión con que intento llegar, y no desde la extensión de párrafos y/o páginas del escrito.

Entrar a hablar de la verdad como objeto de natural parecería extraño para nuestra época, es más, aquel que hiciere esta pregunta pasaría desapercibido e ignorado, pues creo yo que nuestra sociedad ya no se ocupa de estos problemas sino que ya los ha aceptado, es decir, ya ha aceptado su incapacidad de dar respuesta a estos, por ello, los ha relegado un poco de las circunstancias esenciales de la vida cotidiana.

La verdad es entendida ‘erróneamente’ como objeto natural, al cual puedo acceder simplemente con observación de mi exterior, como simple investigación, división y clasificación de ese exterior que me rodea y antes de rodearme me absorbe, cuando me sumo en una total credulidad de que lo que me rodea tiene que llevar o poseer un orden, el cual no está ahí, soy yo el que se lo pongo para tratar de darle valor a eso que no encuentro en mí, y, que no depende de mí. Es ese miedo que tiene el hombre de enfrentarse con la falta de fundamento —nihilismo— el que le hace crear verdades fijas, verdades estáticas que no se muevan, como lo que cree que está en la naturaleza. Llegado a este punto diríamos con José Ortega Y Gasset “Las verdades fundamentales tienen que estar siempre a la mano, porque sólo así son fundamentales. Las que es preciso ir a buscar es que están sólo en un sitio, que son verdades particulares, localizadas, provinciales, de rincón, no básicas.”2 

Para explicar mejor lo anterior me es necesario decir que, como considero las verdades particulares de Gasset dependientes de las fundamentales, no hay razón para hallar las particulares sin siquiera haber podido encontrar las concernientes a lo más fundamental de nuestra existencia.

Siguiendo con la exposición, resaltaría a la hora de tomar la verdad como algo aislado de la historia, intemporal y por ende eterno, la falacia tan inmensa y el reproche enorme que merece, pues así tomado, no es necesario que se haga nada después de encontrarla y así nuestra existencia perdería todo tipo de sentido, ya que, al hallarla para sí, ya no nos quedaría sino quedarnos en casa a rascarnos la barriga. Fuera de ello, si aceptamos que la verdad es un objeto natural, estaríamos poniendo estático al Universo, poniendo en total tranquilidad sin peligro de caerse, de romperse y menos de cuestionarse, así la intemporalidad y por ello el anacronismo que traería la verdad para la humanidad sería el proyecto más importante en el que se debería asumir toda la raza humana, el encontrarla, sería el objetivo primordial de todos pues daría solución a todos los problemas del mundo entero. “El Universo es un todo que se transforma, mediante un procedimiento que es su contradicción.”3 

La objetividad con que nos enfrentamos a la verdad, es un huevo demasiado frito ya; la objetividad de la verdad o la búsqueda de la llamada “verdad objetiva” ha sido un tema en demasía debatido por los grandes filósofos, ha sido construido y finalmente deconstruido por los filósofos contemporáneos. El emprendimiento de esta búsqueda sería ya un error, podría de inmediato abandonarse sin chistar, pues tratar de encontrarla, “No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo.”4 

Hacer coincidir nuestra posición subjetiva de verdad con la de las demás, no es más, que intentar aprobarla, ya que ante nosotros mismos carece de esa aprobación que se necesita para vivirla. De aquí nos salta un interrogante ¿Viendo de esta manera, abandonaríamos todo intento de encontrar una verdad Universal y Natural, y siendo así de que nos agarraríamos la raza humana para soportar la existencia? Aquí cabe resaltar algo y es: “El error sólo se da dentro de la esfera del juicio, y en esta se da porque llevamos al rango de una proposición general lo que hemos sentido [percibido].”5 

Concebida la imposibilidad de hallar la verdad como algo extraño e independiente de la subjetividad y el arraigo personal de cada individuo, me propongo ahora resaltar la temporalidad a que está sujeta la verdad o la concepción de la verdad. Para esto, acudiremos a Foucault6 para guiar nuestra exposición.
Principiando, habría que decir que la concepción de “la verdad natural” como la llamaremos de ahora en adelante, es totalmente anacrónica, pues concibe este fenómeno como algo quieto e indiferente al tiempo y al espacio, es decir que para todas las sociedades en todos los tiempos, ha existido y existirá la misma verdad, invariable inmodificable y eterna.

Con Foucault diremos todo lo contrario, la verdad es un resultado de las sociedades, es un resultado no causal, sino construido para dar significado a cada época y lugar, Foucault dirá que la verdad es una construcción que hace el discurso, untado y saraviado del poder que lo impone y lo hace efectivo.7 

La verdad entonces, es un producto del discurso o como dirá el profe “es un pliegue más del discurso” entendido este como una formación y una construcción de las sociedades para dar explicación a fenómenos tanto generales como particulares de su sociedad.8 

Ya para ir cerrando reflexionemos cortamente sobre la utilidad de la verdad; ciertamente, es un tema en el que el mismo enfoque nos juzgaría de utilitaristas, pero quiero aclarar que no es por el lado de la vinculación entreno bueno-útil, sino del enfoque en que las sociedades ‘crean’ sus verdades. Aclarado ya este punto, lo primero que se nos ocurriría es decir que la verdad le serviría a una sociedad sujetada por el discurso, para explicar diferentes fenómenos inherentes al comportamiento de la misma, pero no solamente es esto, también cumple una función distinta y todavía más importante que es la de validar e invalidar los discursos que vayan emergiendo en las sociedades. Así, resultaría demasiado útil para la cabeza de una comunidad o en términos mayores de una sociedad, crear un dogma que explique cuestiones que son fundamentales para su diario vivir, además de darles un sustento para que puedan soportar la fatigosa vida; y es aquí donde se me ocurre citar una frase de Will Durant que reza: “La verdad no nos hará ricos, pero nos hará libres.”9



1 SARTRE Jean Paul, El ser y la nada, Barcelona, Editorial Altaya, 1993.
2 ORTEGA Y GASSET José, Unas lecciones de metafísica, Madrid, Editorial Alianza, 1970.
3 RESTREPO Jorge, Filosofía para profanos, Santafé de Bogotá, Editorial Ariel, 1999.
4 NIETZSCHE Friedrich, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Madrid, Editorial tecnos, 2001.
5 WAHL Jean, Introducción a la filosofía, Santafé de Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 1997.
6 FOUCAULT Michel, La verdad y las formas jurídicas, México, Editorial Gedisa Mexicana, 1984.
7 FOUCAULT Michel, El orden del discurso, Barcelona, Tusquets Editor, 1974.
8 FOUCAULT, op. cit.
9 DURANT Will, Historia de la filosofía: La vida y el pensamiento de los más grandes filósofos del mundo, México, Editorial Diana, 1998.

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