El cielo entre sus cejas
deja ver las bondades del paraíso
que creía inexistente.
Las miradas que antes cruzaban
nuestros canales,
ahora yacen
lejanas y calladas.
Sus delgadas piernas
son el contraste perfecto.
El silencio habita sus puertos.
La sencillez, sus gestos.
Abordo la expectativa
con la esperanza de un niño.
Aún sabiendo, de la terquedad del intento.
No me importa.
Te espero.
Te escribo.
Me desvelas.
Los huequitos en su mejilla.
¡Dios! Esos indescriptibles laberintos.
No puedo decir a ciencia cierta
cuántas veces,
naufragaron mis ojos,
al contemplar tanta simpleza.
Sus gestos tenían el código
que yo siempre quería descifrar.
Habitaba en sus rincones
como tesoros,
pasadizos
que ni el Averno,
poseería, así sin más.
Conectaba puentes en los ojos
para fingir, columpios
en las miradas.
No puedo resistirme a sus flechazos.
Como si no fuera suficiente
con las llamas que calcina mi interior.
Ella tenía que sumar otra tempestad
a mi alma.
Ella tenía que sumar otra tempestad
a mi alma.
A merced de sus múltiples encantos
persisto en esta impericia
de escribirte
con la firme conciencia
de que jamás has de leerme.
O leerte en mi.
Aún no sé por qué lo hago.
No sé por qué te pienso.
No sé por qué te deseo.
No sé por qué te escribo.
Tu hermosura, trata de explicármelo.
Una vez más, en vano.
Me hago el desentendido.
Tratar de hacerlo
despediría todo encanto.
Fingido o creado.
Tratar de hacerlo
despediría todo encanto.
Fingido o creado.
Con su lengua afuera
Y su hermana gemela,
a mí qué puede importarme
el motivo.
Tal vez este deseo insatisfecho
y que me incendia por dentro
pueda nombrar la ausencia
que parte mi nostalgia
en un antes y un después de ti.
Tal vez confío demasiado
en las coincidencias que yo mismo creo.
Aún así, cómo me gustas.
Aunque te hayas cortado el cabello.