A veces unimos nuestros gestos
como ventrílocuos,
y no se puede precisar
quien del otro es el extremo
y quien la mano.
El laberinto es un cuerpo de costado.
Al revés está el espejo.
He visto dentro
y me he hecho el cíclope.
Lo admito.
Vestidito acuamarina
tapaban las palmeras
y sus cocos dulces.
La curva que hacía
las comisuras de su boca,
al sonreír o sonrojarse
fue el lugar donde tantas veces naufragué
y de donde tantas veces me expulsaron.
De afuera disparaban
puentes como dardos.
Nunca daban en el blanco.
Nunca daban en el blanco.
Ciegos, sordos, mudos,
perdidos o locos
nos buscamos en la bruma,
tanteando palmo a palmo
la soledad
en otros cuerpos.
Los latidos son la única
evidencia de la eternidad
que no alcanzamos a vivir.
que no alcanzamos a vivir.
Los ojos de la Parca
no son el tatuaje de verano.
Te miro. Punto.
Tiemblo. Punto.
Tartamudo. Punto.
Te dibujo los labios. Punto.
Imagino columpeándome
sobre sus senos erguidos
cual peras verdes.
Punto.
Un sol a media asta
titila en su boca.
Alumbra y se apaga.
Alumbra y se apaga.
Alumbra y se apaga.
Asume con tanta seriedad,
esta locura.
Y no encuentra sino demonios,
en los cajones
donde guardaba los sueños, los colores
los recuerdos de esos besos no dados.
Los ojos de búho en un cajón
de donde sacas
los recuerdos de esos besos no dados.
Los ojos de búho en un cajón
de donde sacas
toda esa mierda,
que dicen necesitas
para volar igual
que para saber morir,
o por lo menos,
para volar igual
que para saber morir,
o por lo menos,